Cada noche, cuando Ching tenía dos años, su abuela dejaba detrás de la puerta de casa un bote con orina del crío.
En la cultura tradicional china, sobre todo en zonas muy rurales como en las aldeas de las montañas de Guizhou, siempre se ha creído que la orina de los niños menores de 10 años, aquellos que encarnan la energía yang más pura, tiene beneficios para la salud y mantiene alejados a los espíritus malignos.
Algunos escritos históricos recogen que, durante la dinastía Ming (1368-1644), los alquimistas preparaban a los emperadores elixires con orina de niños porque decían que estos proporcionaban la vida eterna. Otros textos antiguos describen el uso del orín para ahuyentar a demonios que entraban en viviendas para llevarse a los más pequeños.
La abuela de Ching estaba convencida de que, con la orina de su nieto, evitaría que esos demonios lo secuestraran, como pensaba que había ocurrido con otros niños desaparecidos en aldeas de Guizhou, al suroeste de China. Eran los primeros años de la década de 1990.
Una mañana de finales de 1993, cuando la abuela fue a despertar a Ching, su nieto no estaba. Los padres del niño, que trabajaban en otra provincia, responsabilizaron a la anciana de la desaparición, culpándola por estar más ocupada dejando botes con orina en la puerta que de vigilar al pequeño. La abuela murió años después convencida de que un ente malvado se había llevado a su nieto. Pero en realidad había sido un ser bastante más terrenal.
Una mujer llamada Yu Huaying estuvo entre 1993 y 2003 secuestrando niños de zonas muy pobres del suroeste de China y vendiéndolos a familias adineradas de otras provincias. Uno de los primeros menores a los que secuestró fue a Ching, quien años después pudo descubrir sus orígenes y reencontrarse con sus padres biológicos gracias a la vasta base de datos de ADN con la que trabaja la policía china para resolver los cientos de miles de casos abiertos de niños robados.
Yu, su secuestradora, fue finalmente detenida en 2022 y, un año después, un tribunal la condenó a muerte por traficar con 11 niños. La primera víctima de Yu (61 años) fue su propio hijo, al que vendió por 5.000 yuanes, que al cambio son 650 euros. Su arresto fue posible gracias a la denuncia de otra de sus víctimas, Yang Niuhua, vendida a una familia de la provincia de Hebei en 1995 por 2.500 yuanes (320 euros).
Hace unos días, un tribunal de Guizhou volvió a juzgar a Yu porque los investigadores habían descubierto que, con ayuda de un cómplice ya fallecido, la mujer en realidad había secuestrado y vendido a un total de 17 niños. Y estos han sido sólo los casos resueltos. Podría haber muchos más.
Ching, el niño raptado cuando tenía dos años, ahora vive en Shanghai. En conversaciones con este periódico asegura que su madre adoptiva le confesó hace una década la verdad, que él era un bebé robado. Se apuntó al programa de ADN y hace dos años pudo reencontrarse con sus padres biológicos. Ellos le contaron la historia de que su abuela dejaba botes con orina en la puerta de su casa para ahuyentar a los malos espíritus.